Argentina siempre vuelve
A semifinales en la tanda de penaltis, tras perder una ventaja de 2-0 encajando el segundo gol neerlandés superados los diez minutos de prolongación que da Mateu.
El disparo postrero de Enzo se marchó al poste, en la enésima ocasión de Argentina durante la prórroga. Habían merodeado también el gol Lautaro, Pezzella, Messi o Di María en un tiempo extra que fue el del orgullo albiceleste. Porque lo tuvieron que jugar después de un golpe inimaginable por doloroso, el de encajar la diana del empate superada incluso la que ya había sido una prolongación eterna. Un partido de épica que no de estética se ponía entonces cuesta abajo para Países Bajos, pero fue ahí, justo ahí, cuando ya no hubo más noticias neerlandesas. Si se llegó a la tanda fue por esos caprichos del fútbol, pero la lógica definitiva la pusieron entre el Dibu, sacando los dos primeros del rival, y Lautaro, que hizo su primera diana del Mundial justo cuando más la necesitaba su gente: cuando valía unas semifinales. A vueltas con los bailes, el que sigue bailando es Messi. Que metió el suyo para añadir a la asistencia y el gol anteriores, que está a dos partidos de ser campeón del mundo.
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Se puede poner el colegiado de turno como se ponga, en este caso el ínclito Mateu, que los partidos de Argentina no empiezan hasta que comparece Leo. Sucedió contra México, con aquel zurdazo violento. Sucedió contra Australia, tirando esta vez de sutileza. Y, como en el caso del 10 no hay dos sin tres, volvió a suceder contra Paises Bajos. En forma de asistencia esta vez, que el catálogo del muchacho resulta ilimitado. Agarró la pelota en tres cuartos, ni siquiera en el balcón del área, de modo que Aké no llegó a tener claro si encimarlo o no. Craso error. Para cuando quisieron enterarse el central neerlandés o sus compañeros, la pelota viajaba teledirigida entre un bosque de piernas hacia las de Nahuel Molina. Había aparecido por allí el carrilero argentino, héroe por accidente, para reventar cualquier apuesta sobre el primer goleador del partido definiendo con la derecha ante la salida de Noppert. El regalo de Leo no merecía otra cosa.
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Llegó la diana cuando el duelo había superado la media hora con poco que llevarse a la boca más allá de la partida de ajedrez que venían jugando Scaloni y Van Gaal desde los banquillos. El seleccionador de Argentina había apostado por la contención, aprovechando esta vez la ausencia de Di María para añadir un tercer central a la receta y poner así el espejo a la propuesta de su colega. El que llegó a tiempo fue De Paul, indestructible a la que agarra la albiceleste: no hay molestias que valgan. El técnico del combinado naranja, por su parte, había optado por la vía Bergwijn en detrimento de Klaassen, situando a Gakpo en el enganche. Parecían unos y otros más preocupados por la desactivación ajena que por la activación propia, apenas algún disparo lejano en uno y otro lado… hasta que Messi dio por fin carrete a Nahuel. Comenzaba un nuevo partido, el que Argentina deseaba jugar.
El trayecto hacia el entreacto se embarró, con Mateu tirando tarjetazos hacia el campo y hacia los banquilllos, pero dejó escasas noticias desde lo futbolístico. Así que Van Gaal tomó cartas en el asunto con un doble cambio de salida cuyo impacto resultó momentáneamente nulo. Se marcharon De Roon y Bergwijn, aparecieron Koopmeiners y Berghuis… y tanto dio. De hecho fue Messi el que estuvo a punto de marcar, en una falta; de hecho fue Messi el que marcó, en un claro penalti sobre Acuña que coronó el pésimo partido de Dumfries. Para entonces Países Bajos no había disparado una sola vez a puerta, para entonces la jornada del Dibu bajo palos rozaba el día libre. Y fue ahí, de perdidos al río, cuando Van Gaal retiró a Depay para incluir a Weghorst. Ni el más original de los seres humanos podía sospechar lo que iba a vivirse en el Lusail a partir del punta del Besiktas.
Fue cosa de que Berghuis sacara la zurda a pasear para ponérsela al futbolista de refresco, que la cabeceó picada e inalcanzable. Un acercamiento, un gol. Hasta ahí, nada que no hubiera sufrido Argentina en octavos ante Australia. Pero la albiceleste entró en absoluto colapso, perjudicada además por los cambios. Y el empeño por que se jugara lo menos posible trajo como doble consecuencia una colección de tanganas o faltas absurdas cerca del área y una prolongación exagerada a mayor gloria de Mateu. Superaba el reloj el minuto 100, así las cosas, cuando Koopmeiners tuvo la última, cometida por Pezzella. El planeta contuvo la respiración ante lo que entendía como golpe franco directo… para sorprenderse ante un toque corto y raso al corazón del área, donde Weghorst embocaba el que podía ser gol de su vida. La libreta de Van Gaal.
Lloró Argentina su desgracia, se aferró Argentina a la supervivencia. E hizo una prórroga encomiable para llegar a una tanda memorable. La de las semifinales. Mateu aún tuvo tiempo para sacar tarjetas durante y después de la misma. Genio y su figura. A su manera, él también baila.
Fuente: Marca / Alberto Barbero
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